jueves, 4 de junio de 2015

LA TETA Y LA LUNA, de Javier Benítez

Lo confieso. Al principio
me enamoré de tus enormes pechos,
desmesuradamente enormes, apretados,
redondos, sostenidos. No te enfades
si te lo cuento ahora,
después de tanto tiempo.
No pretendo ofenderte.
Sólo quiero que sepas
que aquello fue una forma de atraerme,
hacer que me fijara en ti,
que te pidiese apuntes para el siguiente examen
y quedásemos luego citados por la noche,
en tu pequeña casa junto al mar.

Me gustaba estudiar geografía contigo
cuando me levantabas la camisa
y con tu mano izquierda recorrías mi espalda
buscando la frontera portuguesa
o tu pueblo natal en Teruel.

Fuimos buenos amigos desde el primer momento
y a mí me molestaba quedarme tan colgado
al mirarte a los ojos. Fue terrible
ir descubriendo cualidades tuyas,
tales como el cariño y la dulzura
que empleaste al hablarme de tu novio en Madrid.

En las noches de luna
recuerdo tu perfil de joven diosa
aquella madrugada en el acantilado,
cuando me desnudaste y sin mediar palabras
hicimos el amor. Es nuestro gran secreto;
ya lo sé. Y te he jurado
que nunca, nunca, nunca
lo voy a revelar, pero te pido
a cambio este favor:
no vuelvas a ponerte el Wonder-Bra.

(de Patio de Butacas)



No hay comentarios:

Publicar un comentario