miércoles, 5 de marzo de 2014

Historias imperfectas de Francia: Marcel Jouhandeau

La serie "Historias imperfectas de Francia" recreaba pasajes de la vida y obra de famosos escritores franceses que publicaron obras eróticas. la primera entrega hacía referencia al controvertido Marcel Jouhandeau (1888-1979).


Me dices que tengo algo de santo.
Sí, cuando te miro.
Marcel Jouhandeau








Las manos del viejo se aferran a los travesaños del cabecero. Las manos tiemblan en el empuje, aún aguantan los muslos, la flexión menos atlética de las piernas, la piel se mueve a otro ritmo. Debajo flaquean los músculos. Contrae el rostro a cada embestida y mira la sábana moverse bajo él; si gime, si suspira, cae la dentadura a la cama, escapa una sonrisa de satisfacción y baba que moja alrededor de los dientes. Mira de soslayo el pedazo de carne que cuelga olvidando las durezas. La mano oscura acaricia su espalda y el viejo susurra, monsieur, mon dieu, tu vientre pesa sobre mi cintura, tu verga busca la boca del horno, la entrada de un túnel de un sumidero de alcantarilla. Las alcantarillas de París se visitan con una linterna. Me perforas a escondidas por las tinieblas de terciopelo.

La mano africana toma el cabello del anciano, tira de él, sube el rostro y se mira en el espejo. Tras él, el joven, el rostro fuerte, las manos en las caderas del viejo, sigue empujando mecánicamente, joven el profesional, artista de los trucos y el acoso. El viejo se embelesa en la imagen, en la cara de sonrisa clara y complaciente del joven que domina.

Regardez-moi, jolie. La voz le nubla los ojos. El viejo mira y sonríe la boca desdentada, las arrugas en el pómulo. Ahora se mezcla la sensación, embarga la lenta eyaculación del joven. Regardez-moi, monsieur. El auriga africano mantiene firme el cabello del viejo, tirante y tirantes los músculos más sensibles que dejan huir el semen. El viejo literato desea el fuerte miembro en la suavidad de sus encías, cae la baba por las comisuras, imagina a través del espejo, pierde la vista en la ausente pasión del joven Richard, siente un intento de erección en sí mismo, una pequeña gota le humedece. Tu veux me regarder, regardez-moi petit jolie monsieur. La infracción de la gramática se hace dulce y áspera en el ano del viejo, una compulsión aparece en el cuerpo fuerte y oscuro. Será la última acometida, hincha el pecho el viejo, ese orgullo del placer en los setenta. Se mantiene el acento africano: míreme, míreme, bonito, bonito, eres santo. Cuando se desprenden los dedos del cabello, desbocado ya el anciano, cuando cae la cabeza y las manos sobre el colchón, y la dentadura perdida en las sábanas, el cuerpo joven se balancea, termina. Susurra entonces el viejo sobre la almohada, sí, cuando te miro.

Alfonso Salazar, Tercer Erizo, junio 1994.

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