miércoles, 25 de diciembre de 2013

LOS ALEGRES SOVIETS

Aunque perteneciente a la edición del muy reciente octavo Erizo (Erizo20), el colorido de las ilustraciones nos obliga a colocarlo en este blog, ya que la edición en papel nos obligó a su reproducción en blanco y negro. Tropezamos en la web con esta pequeña joya soviética, y metimos las imágenes -no muy cuidadas- en nuestro taller para restaurarlas. Aquí tenéis LOS ALEGRES SOVIETS.

LOS ALEGRES SOVIETS

La imagen histórica del régimen soviético es de un profundo oscurantismo, donde el sexo fue brutalmente reprimido. Y así lo cuentan los testimonios de qué sucedió en aquella unión de repúblicas, donde la obsesión por la creación de un "hombre nuevo" conllevaba desechar el amor romántico y la vida sexual como un concepto burgués. Pero en un principio, el sexo fue tratado por las Juventudes Comunistas como una satisfacción más que había que atender, como el hambre o el sueño, eso sí, desmitificando el asunto.

Fue el momento de las manifestaciones nudistas y la exaltación del amor libre, la abolición de los celos y de la familia, del matrimonio burgués, a lo que se sumaba en el caos, la propiedad estatal de las mujeres mayores de 18 años. Pero hubo que darle la vuelta a la tortilla dadas las consecuencias (escalada de los abortos, de la orfandad, utilización de los divorcios como un uso económico) que empañaban la creación del "hombre nuevo". Klara Zetkin lo expresó de esta manera: "La ausencia de control en la vida sexual es un fenómeno burgués. La revolución necesita una concentración de fuerzas. Los excesos salvajes en la vida sexual son síntomas reaccionarios. Necesitamos mentalidades sanas". Surge así una nueva involución que plasmó el régimen estalinista en su concepto de virtud. Se recuperó el concepto de familia, pero como una delegación estatal cuya responsabilidad era la formación ideológica de las nuevas generaciones comunistas. La familia será entonces la "unidad de producción humana" para aumentar la natalidad y expandir la población de los soviets.

Pero en 1931, Serguéi Dmítriyevich Merkúrov, quien fue Artista del Pueblo de la URSS y director del Museo Pushkin de Moscú, ilustra un alfabeto para luchar contra el analfabetismo entre el campesinado, parece ser. Merkúrov está considerado el más importante maestro soviético de máscaras mortuorias y destacó en su faceta de escultor monumental, y firmó los tres mayores monumentos dedicados a Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, el camarada Stalin.

Para ello, se inspiró en la imaginería grecolatina, con escenas de sátiros, cupidos, penes volanderos, cuerpos atléticos, seres alados, coronas de laurel mezcladas con las de reyes sicalípticos, referencias homosexuales y ciertos toques de excitantes medias art decó. Una original manera de aprender cirílico.


Alfonso Salazarmendías







































domingo, 22 de diciembre de 2013

LAS CITAS MAESTRAS DEL ERIZO, 6



Observó que una de mis medias estaba arrugada. La estiré y me ajusté la liga. El espectáculo lo estremeció. Me mostró su pene, tenso. Me pidió que me levantara el vestido. Lo obedecí y empecé a ondularme, moviéndome como si esperara que me alanceara. Cuando ya no pudimos resistir más la excitación, fuimos a su habitación, me tiró sobre la cama y me tomó por detrás.
Incesto - Anaïs Nin

POEMA PARA NIÑOS ADÚLTEROS
No creer todo lo que os digan,
el lobo no es tan malo como Caperucita.
Historia de Gloria - Gloria Fuertes

Mientras tú estás en la cama
con las teticas calientes,
yo estoy bajo tu ventana
con la chorra hasta los dientes.
Jota popular aragonesa

Nuestras piernas quedaron trenzadas, y su pene en erección comenzó a frotarse contra el mío, tan duro y erecto como el suyo.
Teleny - Oscar Wilde

A la simpática vaca roja y blanca, quiero con todo mi corazón; con todas sus fuerzas me da nata; la tomo con tarta de manzana.
Robert Louis Stevenson

¿No es acaso la mujer quien elige al hombre y le vence con la dulzura de su presencia, y le ordena que se acueste boca arriba en el surco y allí, cabalgando sobre él, como sobre un potro salvaje domado a su voluntad, toma de él su placer y cuando ha terminado le deja tumbado como un hombre muerto?
El vellocino de oro - Robert Graves

Hay más hijos de Ogino que hijos de puta.
Proverbio pasiego

Oh Dios! ¡Qué hermosa estaba! Si la Magdalena era así, debió de ser mucho más peligrosa como penitente que como pecadora.
Las amistades peligrosas - Pierre Choderlos de Laclos

Pero no dejes de darle a los riñones: toda reconciliación consiste en eso únicamente y no más.
Ovidio

El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores.
Woody Allen

Si estamos solos, dejamos la lámpara encendida para vernos bien, y yo puedo gritar todo lo que quiera sin que nadie tenga que metertse y tú me dices en la oreja todas las porquerías que se te ocurran.
Cien años de soledad - García Márquez

Las putas no viven hasta que aprenden a vender el coño y no la pasión...
Opus pistorum - Henry Miller

Al verla pasar, dos hombres se detuvieron.
- ¡Hum...! -comentó el primero.
- Sí -respondió el segundo.
Marsella comenzaba a despertar - Boris Vian

Un coño peludo se jode mucho mejor que uno depilado.
Aquel retiene mejor los vahos y tira, al mismo tiempo, de la verga.
Grafito en una pared de Pompeya (siglo I)

Él, sin dejar de galopar para no perder tiempo, se inclinó, la tomó de la cintura, la subió al caballo delante de él, pero acomodándola frente a frente y se la llevó. El caballo, aparentemente siguiendo también órdenes superiores, siguió galopando como si supiera perfectamente cuál era su destino final, a pesar de que Juan le había soltado las riendas para poder abrazar y besar apasionadamente a Gertrudis. El movimiento del caballo se confundía con el de sus cuerpos mientras realizaban su primera copulación a todo galope y con alto grado de dificultad.

Como agua para chocolate - Laura Esquivel

EN DEFENSA DE LA PORNOGRAFÍA



Siempre resulta agradable ver cómo se tambalea la mojigatería; por esta razón, cada vez que leo artículos en defensa de la pornografía hago cuanto puedo para encontrarlos dignos de alabanza. No obstante, últimamente he venido perdiendo entusiasmo, y ahora que he analizado un buen número de recientes tratados anticensura creo saber el porqué. Los escritores mienten. Siempre puede encontrarse un claro tufo de hipocresía pegado a su prosa, además de mezquindad en sus argumentos.

Aparentemente resultan ser valientes libertarios prestos a batallar contra las fuerzas de la reacción, pero entre líneas siempre hay alguien diciendo cosas como estas:

(a) Odio la censura en todas sus formas, pero esto no significa que en realidad me guste la pornografía.
(b) De hecho, ni siquiera la apruebo, excepto cuando puedo llamarla ‘escritura erótica’ y hacerla pasar por literatura.
(c) Nunca la defendería ante un tribunal, a no ser que pudiera encontrarle algún valor educativo, artístico o psiquiátrico que la hicieran parecer respetable.
(d) Sólo la leo por motivos profesionales, y siento una enorme lástima por aquellos que la leen por placer.
(e) Y por supuesto nunca me masturbo.

Esto -una vez eliminada la retórica- es el punto de vista generalizado entre los críticos liberales. De principio a fin nuestro autor permanece socialmente inmaculado y -al menos para mí manifiestamente irreal. Es como un hombre que en la práctica desprecie las casas de prostitución, pero que no le importe defenderlas teóricamente, siempre que hayan sido diseñadas por Mies van der Rohe y en ellas trabajen agentes sociales vestidos por Balenciaga.

En este punto me gustaría proponer una definición. Por pornografía entendemos aquella escritura cuya exclusiva intención es la de causar placer sexual. Y no hablo de novelistas como D.H. Lawrence o Henry Miller; el sexo es a menudo su tema, pero nunca la excitación es su principal objetivo, y si por casualidad nos excitan, nuestras cremalleras siguen resueltamente subidas, conscientes de que lo que sentimos es tan sólo una parte casual de un complejo diseño literario. Lo que aquí discutimos es algo distinto: pornografía abierta, orgásmica en intención y libre de las motivaciones últimas del arte. Para los hombres tiene un sencillo y localizado propósito: provocar una erección. Y cuanto más hábilmente mejor. Contrariamente a la creencia popular, hacen falta disciplina y dedicación para ser un pornógrafo de primera fila, y sólo la más sutil mezcla de ritmo y repetición puede producir los resultados deseados. Estos suelen tomar la forma de la masturbación solitaria -generalmente, pero no siempre. En cualquier caso, la meta de la pornografía es siempre el goce físico, por mucho que los liberales lo desdeñen y el público en su conjunto parezca siempre dispuesto a mandarlo a la hoguera. Creo, por tanto, que merece unas cuantas palabras de exculpación y agradecimiento.

Puesto que la pornografía lleva a cabo una obvia función física, los críticos literarios se han negado a considerarla una forma de arte. Según sus cánones, el arte es algo que apela a conceptos etéreos tales como el alma y la imaginación; cualquier cosa que apele a los genitales entra en la categoría de masaje. Lo que olvidan es que el lenguaje puede ser usado de muchas formas complejas y delicadas para estimular el pene. No es simplemente una cuestión de bombardear al lector con palabras guarras. Como Lionel Trilling dijo en su memorable y lúcido artículo sobre el tema:

No veo ninguna razón ética ni estética por la cual la literatura no deba tener como uno de sus objetivos el suscitar pensamientos de lujuria. Es uno de sus efectos, y quizás una de las funciones de la literatura el provocar deseo, y no encuentro ninguna base para decir que el placer sexual no debiera encontrarse entre los muchos objetos de deseo que la literatura nos propone, junto con el heroísmo, la virtud, la paz, la muerte, la comida, la sabiduría, Dios, etc.

Este es el argumento central de la pornografía como arte. No se puede expresar de manera más concisa ni más irrefutable. Si un escritor usa artificios literarios para provocar el goce sexual está haciendo un trabajo de artista. Sólo a él le concierne decidir si las palabras guarras le van a ayudar en su proyecto. C.S.Lewis, un gran crítico literario amén de apologista cristiano, en cierta ocasión me sorprendió al decirme que su objeción a las palabras venéreas era que éstas son antiafrodisíacas. Añadió que, desde tiempos remotos, los mejores escritores siempre han sabido que un acercamiento oblicuo al sexo ofrece mejores dividendos eróticos. (El acercamiento directo, me decía, significa que uno se tiene que rebajar al lenguaje del jardín de infancia, de la taberna, o bien del libro de medicina. Y estas no son posiblemente las asociaciones que uno quisiera evocar.) Pero eso es tan sólo una cuestión de gusto.
Cualquiera que sea la técnica que el autor emplee, siempre tendremos el derecho de juzgar
el resultado final como una obra artística. Y el criterio básico, en el caso de la pornografía, siempre será si consigue excitarnos o no. En el caso de que así no sea estaremos en condiciones de hablar de un fracaso artístico.

Sin embargo no debo caer en la trampa de sugerir que la pornografía sólo es susceptible de defensa cuando pueda considerarse como arte. Al contrario, es defendible en sí misma y por derecho, no importa si es arte o no lo es, ni siquiera si está bien o mal escrita. La libertad para escribir de sexo tiene necesariamente que incluir la libertad para escribir mal.

Muy pocos críticos actuales son capaces de escribir acerca del porno sin temblar llenos de prejuicios. Puede notarse en ellos una preocupación constante por la opinión que sus lectores puedan hacerse de ellos; nunca debe sospecharse que disfrutan con su lectura porque ello equivaldría a admitir que se masturban. En consecuencia, suelen adoptar un tono jocoso a la defensiva, cuando no una actitud indulgente. A veces se deshacen en mares de compasión por aquellos que son capaces de salir a comprar el obsceno producto –la clase de compasión que es prima hermana del desprecio. Por supuesto, no hay ni que mencionar a los predicadores oficiales, para los cuales toda pornografía es basura subversiva y debiera ser destruida.

Únicamente en los trabajos de críticos inteligentes es donde puede notarse ese particular tono de velado disgusto liberal, algo así como el de un profesor de toxicología empeñado en asegurarnos cada cinco segundos que jamás ha envenenado a nadie. Este tono es perceptible incluso en Los otros victorianos, de Steven Marcus, un sobrevalorado y a menudo astuto estudio sobre la pornografía en la Inglaterra decimonónica.

Permítaseme señalar algunos de los errores, ambigüedades y confusiones críticas que detecto en su libro:

(1) Sobredependencia del dogma freudiano. El profesor Marcus usa en el prólogo a su libro la
famosa cita en la que Freud proclama que los mayores logros culturales se consiguen por medio de la sublimación de los componentes del instinto sexual. En otras palabras, cuanta menos energía se invierta en sexo, mayor será la probabilidad de producir una obra de arte. Esta hipótesis carece de base científica alguna. Es como decir que si acumulas la leche suficiente, de alguna forma se podrá convertir en vino algún día.
(2) Sobreadicción al simbolismo freudiano. Al describir un manual victoriano sobre pornografía, el profesor Marcus señala que muchas veces su autor inserta una página entera de notas para
sólo una línea de texto. Añade que uno está tentado de ver en este hecho una iconografía inconsciente: bajo una enorme cabeza aparece adosado un enorme apéndice. Resiste la tentación, Marcus: esto es una broma subfreudiana de la peor especie. Más adelante, el profesor cita a un pornógrafo que disimuladamente -y para evitar la repetición utiliza la palabra evacuación para referirse a la eyaculación. Si uno continúa con la metáfora, comenta Marcus con insufrible pedantería, se empieza a ver el pene como una columna fecal o bien como la parte inferior de los intestinos, con lo cual el cuerpo de la mujer, y más concretamente sus genitales se convierten en un retrete, etc. Ten cuidado al ampliar las metáforas, Marcus, particularmente si son anales. Siguiendo con los ejemplos, cuando en otra ocasión un héroe porno se dispone a desvestir a una muchacha y dice que descubrió bellezas capaces de revivir a los muertos, el profesor Marcus insiste que esa frase es una referencia inconsciente al autor y sus lectores: ellos son los muertos que necesitan ser revividos. Si empezamos a interpretar con tópicos de ese estilo, entonces entramos en un campo de minas cada vez que le quitamos la funda a nuestras máquinas de escribir.
(3) Censura moral enmascarada de desaprobación estilística. Marcus tiene el hábito de atacar
a la pornografía en particular con conceptos aplicables a la literatura en general. En cierto momento cita una frase que utiliza torpemente adjetivos como voluptuoso, amoroso, y tumultuoso. Esto le sirve a él para decir que, puesto que son vagos e inespecíficos, expresan una importante tendencia de la pornografía. Nada de eso: lo que expresan es una tendencia existente en la mala literatura de cualquier tipo. La escritura farragosa no es más aberrante en pornografía que en Norman Vincent Peale.


Extracto del ensayo introductorio «In praise of hard core» de Kenneth Tynan para la edición de DIRTY MOVIES (An illustrated history of the stag film) 1915-1970, Chelsea House, NY, London, 1976. Traducción al castellano de Jesús Palomo.

SONETOS EN CONVERSACIÓN



De cómo un amante, flojo del muelle, en pleno goce del amor, ventosea y se muestra cuitado

Cimero ya, y en pleno beneficio,
por delante genial, de atrás mezquino,
de raras veleidades del destino
vine a caer en turbio precipicio.

Que en pleno redoblillo del fornicio,
en plena flor del árbol uterino,
ingrata popa mía, no se avino
a sellar con honor tan grato oficio.

Torpe amante quien rompe en un momento
una tarde de amor por ventolero
y arrebatado culo flatulento.

De trompetilla fue, mas traicionero,
que por mi raspa fría subió un viento
a enturbiarnos el último te quiero.

Javier Egea


Consuelos y varapalos para Javier Egea, que ventoseó fornicando

Un pedo inoportuno es cosa leve,
un juego intrascendente del destino
(suponiendo no sea cuento chino
echaras ese polvo que te mueve

a contarme el suceso). Pero aleve
si en vez de fornicar con tan buen tino
andaban devorándote el pepino
en eso que llamáis sesentaynueve.

La cosa (si así fue) tiene más tela,
pues anda la nariz por un terreno
tan próximo al meollo del estruendo

que sólo se escabulle quien recela
las ocurrencias del ojete ajeno
y trae la mascarilla y el fonendo.

Así que, resumiendo,
hay cosas que se tornan preocupantes:
no quedan culos ya como los de antes.

Enrique Vázquez de Sola

domingo, 8 de diciembre de 2013

VECINOS

Vecinos

Lo único que podía justificar esa descabellada pérdida de tiempo en la bianual reunión de vecinos eran las piernas de Conchita, del cuarto be, que lejos de taparse afanosa como en anteriores sesiones, las mostraba en toda su extensión bajo la seda negra de las medias que surgían de su minifalda oscura.
            El presidente, el vice, el secretario y el tesorero siguieron siendo los mismos (nadie tenía el suficiente tiempo ni las agallas necesarias para ocupar algún puesto en la jauría de cuarenta casas de vecinos, en las que no sólo pierdes amistades, sino que te miran con malos ojos, como si fueras a quitarle el pan a sus hijos o si las vacaciones de verano te salieran gratis).
            Como siempre, se habló de los perros del quinto que ladraban a horas no deseadas. “Y que le voy a hacer, le pongo un silenciador a cada perro o le doy un somnífero cada vez que a usted le molesten”, replicó el dueño de aquellos animales, vestido de mercenario, como siempre, preparado para cualquier emergencia, en traje de campaña de tonos verde susto, con sus correajes y sus botazas.
            Este comentario provocó las risitas de la asamblea y el gruñido estúpido del satisfecho zapador. Con voz de pito y un rubor de niña tonta, relinchaba Conchita también riendo, al tiempo que descruzaba las piernas y me dejaba observar el triangulito blanco de las bragas al fondo de sus muslos.
            En ese momento, se largó una señora gorda de mi lado (de las señoras viejas y obesas que habitan en el primero y el segundo). Aproveché el momento para trasladarme a su sitio, justo en frente de mi querida exhibicionista, justificando mi cambio con un aleteo que pretendía evitar el humo de la pipa del compañero de la izquierda, el señor mayor del cuarto.
            Se hablaba, creo, sobre la necesidad o no de poner antena parabólica, cuando Conchita se dio cuenta de mi descarada mirada lasciva. A la cual respondió, a diferencia de lo que cabría pensar, arrebujándose un poco en la silla y elevando algún centímetro más su faldita. Conchita no tenía cuerpo para mí, sólo de cintura para abajo. Abrió levemente sus piernas, alimentando mi lubricidad y despertando algo entre mis piernas.
            Nosequé tratábamos de los ascensores y los niños cuando dijo el secretario que eran las diez y media, que la reunión había terminado, que los puntos pendientes serían tratados en la próxima reunión. Me levanté en  el momento en que se me acercaba el guerrillero del quinto solicitando mi firma para una campaña pro-perros y en contra de los antiecológicos sin escrúpulos. “Claro que firmaré, pienso meter en casa un papagayo tenor”, dije. Al soltar el bic miré alrededor para localizar a la chica de mis desvelos. Había desaparecido.
            Preocupado cogí el ascensor y entré en mi casa, el cuarto be, donde, como siempre me esperaba Conchita, mi mujer, semidesnuda sobre la cama.

Jorge Fernández Bustos (ilustración: Aida Ortiz)

* Publicado por primera vez en el tercer Erizo, en junio del 94.

viernes, 6 de diciembre de 2013

CASTRADOS

Entonces Gea le entregó una hoz de acero muy afilada y cuando al llegar la noche, Urano se acercó a Gea y la envolvió por todas partes, Crono cortó de un solo golpe los testículos de su padre y los arrojó detrás de él.
Pierre Grimal

El noble Pedro Abelardo, tras dejar encinta a su bella discípula Eloísa, recibió la visita más lamentable. El tío de Eloísa, feroz canónigo llamado Fulberto, mandó a sus sicarios para que castraran al famoso teólogo. Ello hizo que no dudase Abelardo en tomar los hábitos y recibir la tonsura, para redimir así el nefando pecado cometido cuyo castigo divino tuvo en la espada de Fulberto su instrumento. Era en el París del siglo XII. Pero no era Pedro Abelardo el primer castrado insigne. Ya lo fueron, Narsete, general de Justiniano, el exégeta Orígenes y el mismísimo Urano, abuelo de los dioses.


La castración fue asumida desde tiempo inmemorial como uno de los más graves castigos ejercibles. No sólo utilizable sobre los prisioneros de guerra, sino como privilegio concedido al marido que sorprendiese a hombre ajeno en lecho propio y copulando con su esposa legítima. Así lo refiere Covarrubias:

Privadamente la hacía el hombre casado, satisfaciéndose del que le había puesto el cuerno con su mujer, si no lo quería matar.

Y de la misma manera amenaza Marcial a un jovenzuelo presto a gozar con casadas:

Serán gentes armadas por la esposa del tribuno, pequeño Hyle,
y el suplicio será tal, que debes temer como un niño.
Ay tú, que todavía juegas, de castrar me dices ahora
que no es lícito: ¿el qué? lo que tú haces, Hyle, ¿sí está permitido?

Pero la amputación de las glándulas genitales -ya sean testículos, clítoris, ovarios- causa distintos efectos según sea el momento de su ejercicio. La castración prepuberal frena generalmente el proceso hormonal. Así, en el hombre suelen quedar los caracteres sexuales fijos: el pene mengua su desarrollo, la pilosidad decrece, se tiende a la obesidad, el ensanchamiento de las caderas, la voluminosidad de las nalgas, la ausencia de caracteres secundarios, el timbre de voz se atipla, la esperanza de vida se establece alrededor de los cuarenta y cinco años y se posee un prematuro aspecto anciano. La castración realizada en adultos permite mantener una apariencia de virilidad. Vallejo-Nágera distingue al menos tres tipos de castrados masculinos: un tipo femenino y desproporcionado; otro alto y de grandes extremidades; y un tercero apenas deforme. Dependiendo de la gravedad de la castración, puede el capón mantener erecciones. En la mujer, era común en la época dorada musulmana la extirpación del clítoris (ablación) para evitar el placer, así se aseguraban los maridos desconfiados el goce unilateral y reprimían (o así lo creían) la posibilidad del adulterio. Algunos autores de la época justifican la ablación con fines terapeúticos, en aquellas mujeres afectadas de hipertrofia (así refiere un cirujano cordobés del siglo décimo que habla de mujeres dotadas de un clítoris descomunal que en erección semejaba un pene y eran capaces de copular con él). Aún se practica esta costumbre en algunos países musulmanes al cumplir la niña nueve años. En Europa era usual para sanar a las muchachas enfermas de hipermasturbación. Covarrubias refiere la introducción de la ablación a un tal Andrómito, rey de Lidia, para mayor vicio y continuo uso dellas.... Pero es a Semíramis, la reina asiria fundadora de Babilonia, a quien la leyenda atribuye esta práctica.


La castración ha sido fruto de distintas motivaciones. Desde el sacrificio (para acceder a altos cargos en la corte egipcia, sectas de sacerdotes, o para mantenerse en una castidad inevitable) y el castigo (los guerreros cristianos hechos prisioneros en al-Andalus terminaban como guardianes del harén especializados en servicios domésticos, felaciones y cunilingus), hasta cierta castración voluntaria relacionada con dos aspectos fundamentales: el cambio de sexo y la tradición afeminada en el teatro y el canto. Al-Andalus fue especialista en operaciones de cambio de sexo y mantenía verdaderas factorías de castrados en las cercanías de Almería, según refiere Eslava Galán. Éste toma de al Muqaddasi la narración de una operación:

Se le cortaba el pene de un tajo, sobre un madero. Después se le hendían las bolsas y se les sacaban los testículos (...). Pero a veces el testículo más pequeño escapaba hacia el vientre y no se extirpaba, por lo que éstos tenían después apetito sexual, les salía barba y eyaculaban (...). Para que cicatrizara la herida se les ponía durante unos días un tubo de plomo por el que evacuaban la orina.

En cuanto a la costumbre de conseguir voces atipladas, en aquellos niños que despuntaban en facultades para el canto, se realizaba la castración para lograr un timbre de voz agudo y potente. Se dio sobre todo en Italia y España, siendo sus finalidades los coros de la Capilla Sixtina del Vaticano y el de los Seises de la Catedral de Sevilla. Así conservaban voces de contralto y soprano capaces de registros portentosos que podían abarcar tres escalas y media. Ya en el año 325, el Primer Concilio de Nicea prohibió la castración, como lo había hecho la Lege Corneliae de Domiciano, al extenderse el negocio de los pueri delicati (niños castrados para su uso en gineceos). Sería León XIII (1877-1903) quien prohibiese la utilización de castrados en el Vaticano. Moreschi uno de los últimos castrati murió en 1922.

La castración ha tenido varias formas de ejecución. Desde la extirpación radical referida por al Muqaddasi, al maznamiento (estrujamiento o quemazón) que describe Covarrubias, el cual consistía en el desmenuzamiento manual de los testículos. O las castraciones accidentales que aparecen en las Partidas de Alfonso X, donde también es definida la castración: los que pierden por alguna ocasión que les aviene, aquellos miembros que son menester para engendrar: así como si alguno saltase algún seto de palos, que trabase en ellos, y que los rompiese; o que se los arrebatase algún oso, o puerco, o can, o que se los cortase algún hombre, o que se los sacase, o por otra manera cualquiera los perdiese. Para finalizar, la castración ha sido también uso propio del masoquismo, o la febrilidad religiosa extrema: los hijras hindúes se vestían con ropas de mujer y reclutaban niños para su correspondiente castra; la secta de los Skoptzys rusos se castraban para así no pecar contra el sexto mandamiento y hacer uso indebido de su cuerpo. Posiblemente ello se deduzca de un pasaje del Nuevo Testamento (Mateo, 19,12): Et sunt eunnuchi, qui se pisos castraverunt propter regnum coelorum. Hay eunucos que se castraron por el reino de los cielos.

Alfonso Salazar

BIBLIOGRAFIA
Historia secreta del sexo en España. Juan Eslava Galán. Ed. Temas de Hoy SA. Madrid,1991.
Enciclopedia del Erotismo. Camilo José Cela, Ed. Destino SA. Barcelona,1990.
Una de legislación comparada. Inocencio Albo Sañudo. Revista Noviembre nº 8. Oviedo,1992.
La Santa Biblia. AAVV. Ed. Paulinas. Madrid, 1979.
Pequeños epigramas latinos versionados. Ausonio de Oviedo. Ed. Vértigo, 1995.

lunes, 2 de diciembre de 2013

EL PRIMER ERIZO

Jorge Fernández+Juan Pérez+Alfonso Salazar+Jesús Cano+Marga Blanco+Antonio Serrano+Luis Arance+Paco García+Francisco Serrano+Luis Miguel Aguilera+ C. Almécija+Juanfra Romero+Moleón Viana, rezaba en la portada del Primer Erizo. Era noviembre de 1993. Ellos fueron los pioneros.


EL ERIZO ABIERTO

En noviembre de 1993 apareció por primera vez en Granada El Erizo Abierto, una revista de literatura erótica y periodicidad irregular. Detrás del invento estaba un grupo de autores sin filiación literaria, que buscaban mediante la provocación satírica una llamada de atención a la hipocresía. Aquella aventura duró cinco números más, hasta la publicación del Sexto Erizo en la primavera de 1996. Entre las empresas acometidas de la época destacaron la convocatoria de las primeras "Erecciones Municipales" al Ayuntamiento de Granada -con vídeo erectoral y todo-, coincidentes con las elecciones locales de 1995, y las I Jornadas de Humor y Erotismo que tuvieron lugar en 1994, con invitados de la talla de Luis García Berlanga, Moncho Alpuente y Juan Eslava. Posteriormente, en 2003, se edito un recopilatorio -y un nuevo número, conjuntamente-, que celebraba el décimo aniversario de la primera aparición de "El Erizo".

En diciembre del año 2013 se anuncia la publicación de un Erizo20, conmemorando las dos décadas de aparición de aquella publicación.